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De la imaginación periférica a la novela transnacional Texto presentado en la Universidad de Paris Nanterre en el año 2012, en el marco del coloquio "Ecuador Francia, miradas cruzadas".
Ramiro Oviedo Univ Lille Nord de France, F-59000 Lille, France ULCO, HLLI, F-62200 Boulogne-sur-Mer, France
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La lectura de la reciente producción novelística ecuatoriana revela un salto fecundo, arborescente y disconforme. Nunca se ha novelizado tanto en nuestro país como en estos últimos años. Las tendencias y estrategias narrativas son múltiples, la experimentación está al orden del día y el resultado es doblemente disconforme: además de proponer nuevas manera de narrar, dibuja dos tendencias opuestas: la primera, más afincada en lo nacional, que podría llamarse de “la imaginación periférica” y la segunda, que se pretende cosmopolita y universal, y a la que llamaremos “transnacional”, aunque las fronteras entre una y otra sean apenas visibles. Ambas, a su modo, contienen datos sobre la sintonía Francia-Ecuador.
Nuestro trabajo pretende abrir pistas de trabajo al lector francés mediante un corpus novedoso aunque incompleto de la novela ecuatoriana actual, y consiste en identificar las convergencias y los contrapuntos entre ambas tendencias, delineando los signos de lo « nacional » y lo « transnacional » con sus estrategias, procediendo antes a un diagnóstico de las miradas cruzadas entre ambos países. Al respecto, y siendo éste el eje temático del coloquio, abordaremos en primer lugar el resultado de las acciones concretas, enmarcadas bajo la égida institucional y después, las que se producen en la zona de la lectura.
Próximas y distantes, la literatura francesa y la ecuatoriana responden a políticas de producción, difusión y recepción desiguales. Mientras los autores franceses leídos en el mundo -clásicos y contemporáneos- testimonian de una tradición y una continuidad vigorosa, la literatura ecuatoriana -salvo contados relumbrones-, brilla por su ausencia. La primera, gracias a un proceso de sinergias multi-direccionales, es leída, traducida, difundida y enseñada, vehiculando un imaginario que transgrede fronteras, cuando la segunda parece relegada por la carencia de una red cultural que sitúe al libro y al autor en el centro de preocupaciones. Y todo esto, a pesar del retroceso experimentado en Francia en el periodo Sarkozy, por el rol secundario otorgado al libro y a la cultura, debido a las restricciones presupuestarias. El Time magazine anunciaba en 2007 la agonía de la cultura francesa, haciéndose eco del libro de Jean Marie Domenach, Le crépuscule de la culture française (1995), que apuntaba concretamente a la crisis de la novela. Entonces, no sería fortuito pensar que la política de Xavier Darcos al crear el Institut Français y al conectarlo con el Ministère de la Culture, con el Centre National du Livre y el Bureau International de l'Édition Française intentaba contrarrestar la tesis de la crisis, aunque era innegable la pérdida de eco de esta literatura en un mundo cada vez más dominado por el inglés. Lo sorprendente, cuando se lee el informe en detalle , es el contraste entre ambas concepciones: la del esplendor y la de la decadencia.
El Institut Français se ha convertido en la enorme agencia cultural del Ministère des Affaires Étrangères y del Ministère de la Culture para reemplazar a Cultures-France, que fusionaba en 2005 la Association française d'Action Artistique ( AFAA) con la Association pour la diffusion de la Pensée française ( ADPF), las mismas que aseguraban respectivamente la promoción de la cultura y del libro franceses a escala mundial. Este instituto re-orienta las acciones y crea el Département du Livre con un plan tendiente a consolidar la red cultural francesa en las universidades y centros de investigación extranjeros.
La red del libro francés goza de una representatividad incuestionable en las principales zonas geolingüisticas del mundo, invita regularmente a autores, asegura la traducción y difusión de sus obras y su valorización numérica. Uno de sus polos está destinado al Debate de Ideas, mediante el dispositivo Nouvelles Scénes intelectuelles françaises, para promover autores de ciencias humanas y sociales (crítica literaria, filosofía, historia del arte); otro polo dedica una parte importante de recursos a la traducción. El Institut français en colaboración con el Collège International des Traducteurs Littéraires y la asociación Atlas, implementa el Plan Traduire Numérique, verdadera vitrina del libro francés en el extranjero, en las principales lenguas, y la Fabrique de traducteurs, formadora de la joven promoción de traductores; citamos además Le Fond d'Alambert, destinado a financiar coloquios y mesas redondas sobre temas de debate contemporáneo y a apoyar su edición. Por último, el dispositivo Le Printemps des poètes -al igual que la Fiesta de la música-, han sido exportados a escala mundial: en 20l0, y por el año Francia-Rusia, la manifestación tuvo lugar en París, Moscú y San Petesburgo, simultáneamente, también se le dedicó el Festival de Saint Malo y el de Arles; el 20ll, año dedicado a France-Mexique, fue anulado por razones diplomáticas, y con eso fueron suprimidas 350 actividades, 250 de las cuales eran artísticas. Eso propició los Segundos Encuentros Literarios Franco-Chinos, y en ese marco fue lanzada en Pekin la antología “ Les poètes de la Mediterranée”, con lecturas y debates itinerantes en varias ciudades europeas. Súmese a esto el Festival of New French Writing, organizado en Nueva York, o la exposición del centésimo aniversario de ediciones Gallimard en ciudades consideradas como capitales culturales.
Las Misiones Stendhal otorgan una beca de un año para financiar la estadía de un escritor francés en el país de su elección; la revista Fiction-France, presenta semestralmente en francés y en inglés una antología de la ficción francesa contemporánea; la revista Cultures-Sud.com difunde las literaturas del Sur; la colección“Auteurs” propone estudios especializados sobre autores franceses contemporáneos y no hay ciudad mediana que no cuente con una asociación del libro, con un premio de poesía, de cuento o de novela policial o de BD, o una residencia para autores.
Frente a este potente arsenal implementado en Francia, lo que efectúa el Ecuador para la promoción del libro y de la cultura resulta irrisorio. La acción se limita a la gestión editorial provinciana de los núcleos de la Casa de la Cultura, de algunas municipalidades y gobiernos seccionales, con presupuestos pobres; la participación en Ferias internacionales, improvisando los parámetros de selección de autores; las Ferias del libro que organiza el Ministerio de Cultura en los núcleos urbanos importantes, más dos o tres premios nacionales, y los Encuentros locales de escritores promovidos por las editoriales privadas para exhibir sus libros. Quizá lo más notable dentro del marco institucional sea la Campaña de lectura Eugenio Espejo, tendiente a democratizar el libro, así como la acción de la revista Kipus, de la Universidad Andina Simón Bolívar, los esfuerzos editoriales de Abba-Yala y de Eskeletra, que permiten dar cierta visibilidad a nuestra literatura.
La sinergia que parece caracterizar los esfuerzos franceses parece imposible en el Ecuador, si nos limitamos a ver la pugna de poderes entre la Casa de la Cultura y el Ministerio de ramo, cuya propuesta de Ley Nacional ha sido rechazada y expuesta a debate por la primera.Vistas así las cosas, estaremos de acuerdo en afirmar que, si a pesar de la política cultural francesa en favor del libro, su literatura es considerada de « arte menor », o sea de menor importancia frente a la literatura en inglés, la literatura ecuatoriana simple y llanamente no existe.
Desde el marco institucional, concretamente en Francia, y gracias al espíritu federador de Ramiro Noriega, Agregado Cultural del Ecuador, fue posible recientemente apreciar una vez más los esfuerzos de la Societé d'Equatorianistes de l'Université de Nanterre -dirigida por Emmanuelle Sinardet- y el aporte de la Alianza Francesa en una importante semana cultural dedicada al Ecuador en París, la misma que movilizó a centenares de personas, particularmente atraídas por el ciclo de cine ecuatoriano. En el marco del mencionado Coloquio, que reunió a una veintena de académicos para debatir sobre el tema que nos ocupa, fue presentada oficialmente la antología bilingüe (español-francés) de poesía “Apartar lo blanco de la luz”, editada por la SENAMI, al igual que el libro“Exasperaciones de la historia y revolución textual en la obra de Jorge Enrique Adoum”, que contiene las actas del coloquio organizado en 2008 por el suscrito en l'Université du Littoral, en Boulogne-sur-Mer. Eventos que resultan excepcionales, si se considera que el Ecuador no despierta el interés de los académicos universitarios franceses para organizar coloquios o seminarios, como ocurre con México, con Brasil y, particularmente con Argentina, que invade el mundo universitario con todo tipo de manifestaciones que se convierten después en sendas publicaciones.
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LA NOCHE ACOPLA SILENCIOS, un libro de Bruno Sáenz Andrade
Julio Pazos Barrera Miembro de Número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua
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Me parece una interrupción poco justificada comentar un libro, en este caso, La noche acopia silencios, escrito por Bruno Sáenz Andrade. Es una intromisión en el diálogo que los posibles lectores pudieran mantener, posteriormente, con el libro mencionado. Pero un comentario es apenas una aproximación que no pretende, como antes presumieron doctos críticos, guiar a nadie y peor iluminar esa especie de cosmos que es la edificación artística. El comentario es una descripción subjetiva por parte de un lector requerido por la buena voluntad del autor y a quien, desde el comienzo, se le solicita paciencia, pues el autor sabe más que nadie que sus anchos propósitos pudieran no caber en la estrecha agudeza del comentador.
Simón Espinosa Cordero solía iniciar sus apreciaciones de obras con una breve referencia a sus contenidos. Procederé de igual modo. En seis capítulos se desarrolla el libro de Bruno Sáenz. Los subtítulos son los siguientes: Una llama ilumina el rostro de la imagen; Descubrimiento de la efigie inacabada; Las hogueras se apagan en las estribaciones; Regresan del exilio los pasos del viajero; Aparición del huésped en el portón a oscura, y Alguien deja al viajero un lugar en la mesa. Estos apartados, a pesar de la ambigüedad que manifiestan, sugieren dos grandes síntesis. La una es la contemplación y la otra, la trashumancia. En otras palabras, quien habla en los textos es un viajero contemplador. Mas, como opinan los semiólogos, quien habla es un pronombre de primera persona, de papel. En ocasiones, se muestra un pronombre de segunda persona del singular que también es de papel. El autor, para comunicar sus vivencias, adopta una voz poética y, en el caso de este libro, además una voz narrativa.
En 53 momentos la voz poética se manifiesta en segmentos regulados por el ritmo de entonación, cantidad que representa aproximadamente el 60% de la totalidad. La voz de aspecto narrativo, es decir, que evita las pausas versales, representa el 40% restante. Este último porcentaje se enmarca en una reflexión de carácter intelectual con algún aspecto biográfico.
El arte literario o transfiguración de la lengua se sustenta en una compleja red temática. Más allá de los componentes afectivos y sensoriales, los contenidos intelectuales llegan al lector con cierta claridad. Se podría decir que estos contenidos se perciben en amplios márgenes de comunicación y que al momento de identificarlos se parte de un reconocimiento obvio. Sin embargo, al proceder esta manera, se dejan de lado los factores emotivos y sensoriales ya mencionados y que son propios de la lengua artística.
Pienso que esta primera aproximación a
Con temeridad enunciaré los hilos de la red tejida por Sáenz. Los numeraré, forma simplista para evocarlos, sin recurrir al análisis:
1. Es posible que la muerte nos arroje a la nada.
2. La vejez espía desde las fotografías.
3. La plenitud onírica y su implicación con la realidad.
4. Dios omnipotente.
5. Voces en la biblioteca: Homero, Eurípides, Carpentier, Carrera Andrade, Byron, Stoker, etc.
6. El arte religioso: frescos de Miguel Ángel, miniaturas iluminadas de evangelarios y libros de horas.
7. Imágenes insólitas de formas y colores en los cuadros de El Greco, el Aduanero Rousseau, Chagall, Brueghel…
8. El escritor reconoce y califica los tiempos de las obras de grandes músicos.
9. El oficio de escribir como justificación de la existencia.
10. La vida cotidiana vinculada con la casa, el jardín, el armario, el café, el té.
11. La vida familiar compartida con los miembros fallecidos.
12. La atmósfera evanescente de ciudades lejanas y de Quito.
Debido a la ambigüedad del texto artístico, mucho quedará en la sombra. Pero, precisamente, esa ambigüedad permite las interpretaciones. Como dice E.M. Cioran: “Un libro sólo es fecundo y duradero, si se presta a varias interpretaciones diferentes. Las obras que se pueden definir son esencialmente perecederas. Una obra vive por los malentendidos que suscita”. (E.M. Cioran, 2013: 57) Por ahora, únicamente, diré que me acompaña la imagen de un individuo situado ante la muerte y que da cuenta de la vida. Se vive para amar a Dios, a la familia, al arte de todos los tiempos. Su condición humana confirma el don de la belleza, a pesar de cuanta tristeza acecha en los caminos del mundo.
El lector de los textos narrativos de La noche acopia silencios acaba como un personaje que atisba, que oye, que comparte experiencias, casi siempre, arrebatadas por el polvo del tiempo. Es un mundo de evidencias locales que se abre a viajes reales o imaginarios. No se trata de una visión aferrada al desgaste inmediato solamente. Es la visión de un hombre que sufre el deslumbramiento fugaz de las obras artísticas y que experimenta la opacidad del acabamiento.
Me pregunto si Bruno Sáenz ha superado la ideología entendida como la obligación de formular mensajes que traten de la responsabilidad social. Más me parece que sus escritos dan testimonio de la soledad del habitante y de sus respuestas frente a la compleja producción de la inteligencia y a las emociones que se conocen con la ambigua denominación de existencia.
Para acercarme algo más a La noche acopia silencios me apoyaré en una reflexión de Johannes Pfeiffer, referida al género lírico. Escribe él que: “en el poema lírico el que, el contenido objetivo, con todo lo que tiene de, materialidad y exterioridad, se ve absorbido por el como, por la manera como está configurado, por la forma verbal templada por el estado de ánimo; en una palabra por el estilo.” (J.Pfeiffer, 1951: 42). En todo de acuerdo, salvo en aquello que sujeta la forma verbal al estado de ánimo. En opinión de muchos la forma verbal es el resultado de un largo proceso de modificación de la lengua natural. El estado de ánimo de un momento de la experiencia vital es solo un estímulo que obliga a modificar la lengua para conseguir tal o cual impresión. Es cierto que gran parte del proceso puede eludir la conciencia. En cualquier caso, el texto realizado proyecta en el lector una determinada imagen, en este caso, sobre todo, de orden intelectual y una idea que pudiera no coincidir con el propósito del autor.
Veamos, el personaje de La noche acopia silencios, habla de aligerar su biblioteca con estas palabras.
En los años dedicados a la lectura, por fuerza iban a colarse en las estanterías tal o cual zarandaja de moda, algún pliego raquítico, el folleto mendicante. La estrechez del espacio, las exigencias de la sensatez me mueven a apartar el grano de la cizaña. [ … ] El poeta del cancionero me ha confiado sus cuitas: sus relaciones (inexistentes) con los editores, la indiferencia del lector, la insolencia de la crítica. (No hay ofensa más grave que la del silencio). He callado mi opinión y él la tomó por buena… Mi mano está a punto de caer en tentación, de recoger una brizna de la mala hierba… No llega a concluir el piadoso ademán. La clemencia tiene límites. Doy la espalda a los reos.
Bien se ve que el escrutador es un desdeñoso lector, aunque, a su vez, es un escritor que hace gala de lenguaje modelado en lecturas, de allí: zarandaja, pliego, mendicante, cuita; las modificaciones apuntan hacia un estilo elevado: apartar el grano de la cizaña; la clemencia tiene límites. El hecho de llamar reos a los libros excluidos evoca la poética transtextual. Así, pues, en el capítulo VI de El Quijote, los libros como si fuesen reos van a parar en la hoguera. Pero, a diferencia del mencionado capítulo VI, el personaje de La noche acopia silencios, no menciona títulos ni autores. En resumen, el estilo elevado, que se caracteriza por el uso de un lenguaje depurado, aparece en el conjunto de textos de corte narrativo y que, como antes señalé, ocupan hasta el 40% de la obra.
Para examinar los poemas, propiamente dichos, seleccioné tres de ellos. El número considera la teoría de Wolfgang Kayser expuesta en el apartado Actitudes y formas de lírico que trae su libro. Dice el crítico alemán que: “en lo lírico se funden el mundo y el yo, se compenetran, y esto se lleva a cabo en la agitación de un estado de ánimo que es el que realmente se expresa a sí mismo. Lo anímico impregna la objetividad, y ésta se interioriza”. (W. Kayser, 1976: 443) Esta condición de la poesía lírica puede configurarse mediante tres actitudes. En la primera el yo se enfrenta con la objetividad del mundo; en la segunda, el “ yo” transforma lo objetivo en un “tu” y la tercera es la autoexpresión del estado de ánimo en el que se funden el yo y el mundo. Kayser identifica las tres actitudes en diversos poemas y las denomina, sucesivamente, como “enunciación lírica”, “apóstrofe lírico” y “lenguaje de la canción”. (W. Kayser, 1976: 446)
¿Cómo funciona la enunciación lírica en el poema Matutina? Transcribo el poema
La puerta, igual que siempre, se abre al jardín doméstico.
La mañana se inicia del todo semejante a las demás mañanas.
Mi andar malanochado, cuando la mano aparta la hoja de madera,
vacila, se interrumpe.
Limpia a medias el ojo la ventanita estrecha de la contemplación.
Aunque las veladuras del invierno atenúan la viveza del lienzo,
el sol halla la forma de encender la hojarasca,
de vestir los arbustos de un verde irrecusable.
La fábrica discreta del hogar se ha cubierto con una fina capa de plata de la luna.
Se ha vuelto algo imposible el retorno a los sótanos,
a un rincón, a la alcoba.
La conciencia pregunta por la herencia nocturna,
el tesoro vertido de la caja sombría.
El objeto es la casa y el paisaje invernal, todo en la mañana. Se vislumbra la luz solar que ilumina hojarasca y arbustos. El yo sugiere la composición de una pintura. Este dato descubre la índole de artista observador que añora su vigilia nocturna. ¿A dónde han ido los sueños, esos tesoros que se conservan en la caja de la noche? El poeta se involucra con las cosas y para aludirlas acude a una metáfora: “fina capa de plata de la luna”, comparación originada en algún sitio más allá de la conciencia.
El apóstrofe lírico se advierte en el poema Poeta muerto
Tu lengua ha de moverse debajo de la tierra;
ha de escupir la sombra y el sabor de la arena.
Más claro habla el zumbido lírico de la mosca.
Las yemas de tus dedos buscan el verso cojo,
la vanidad del nombre, la línea inacabada, la cifra ineludible
en el pliego de mármol.
( El abc no brinda otras combinaciones al cálamo del hueso)
¿Cómo se involucra el yo con la objetividad en este poema? La voz poética supone que el poeta fenecido escucha las censuras literarias. De todos modos, el yo cree que hay otra vida y afirma que en ella ya no es posible escribir. La vanidad concluye con la muerte y nadie está libre de la objetividad de la muerte.
Por último doy, a mi entender, con el lenguaje de la canción en esta suerte de himno dedicado a la palabra, más bien, al gozo del lenguaje. El yo del poema recuerda el proceso de adquisición del código, el que una vez conseguido sigue el camino de la perfección. El ser y la palabra, materia sonora, se funden. Esta emoción tiene un límite. La palabra humana se detiene ante “el deslumbramiento de una verdad revelada por la boca del arcángel”. He aquí el poema
Palabra
Como el botón de la rosa, el esbozo de un paisaje,
la idea a punto de abrirse en medio de la hojarasca de las voces cotidianas,
te siento, rozas mis labios, te anuncia el trazo de tinta…
No eres el deslumbramiento de una verdad revelada por la boca del arcángel.
Solo la gestación lenta de los signos, del sentido.
La lengua del tartamudo tarde en pronunciar la sílaba.
Con la letra del copista, del escolar inexperto,
línea a línea te doy forma, te rescato del silencio,
me someto a tus designios.
Sé que, una vez formulada, nadie puede interrumpirte.
Tu presencia irrevocable marca con lápiz o pluma,
con el susurro o el grito, la eternidad de los pliegos,
el papel incorruptible.
Una paráfrasis final. Comprender el texto estético, según Umberto Eco es entrar en relación con sus códigos. (U. Eco, 1978: 435-436) Este contacto plantea un problema de difícil resolución, sin embargo, a pesar de no conocer los propósitos del emisor siempre habrá alguna coincidencia y este margen posibilitará la interpretación. Esta es la experiencia “abierta” que menciona Eco y que por ser tal “no puede ni preverse ni determinarse completamente”. Si es así, mi comentario de La noche acopia silencios, por cierto, es insuficiente. Véase sino las tareas que Eco señala para un “destinatario responsable”: “llenar los vacíos semánticos”, “reducir la multiplicidad de sentidos”, “escoger sus propios recorridos de lectura”, “releer el mismo texto varias veces”, etc. De estas tareas no puedo negar mi recorrido de lectura –desde un lector despojado de autoridad-, pero sí puedo afirmar que he leído La noche acopia silencios varias veces y recomiendo que los destinarios que han logrado escapar de la banalidad del mundo actual se entreguen a su lectura.
Bibliografía
E. M. Cioran, Cuadernos (1957-1972), Buenos Aires, Tusquets Editores, 2013.
Johannes Pfeiffer, La poesía. Hacia la comprensión de los poético, 4ta. ed. , México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1951.
Wolfgang Kayser, Interpretación y análisis de la obra literaria, 4ta. reimpresión, Madrid, Gredos, 1976.
Umberto Eco, Tratado de semiótica general, México D.F., Editorial Nueva Imagen, S.A., 1978.
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El Hospital Real de la Misericordia Un libro con valor literario y de investigación histórica
Víctor Manuel Pacheco Médico Endocrinólogo. Profesor Escuela de Medicina, Facultad de Ciencias Médicas, Universidad Central del Ecuador
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Resumen
El médico, a diferencia de otras profesiones y oficios en las que también se vive la relación con otros humanos, observa la naturaleza humana desnudada por el temor a la incapacidad, la desintegración y la muerte. El médico es el observador, desde dentro, del ser y sentirse enfermo como entidades diferenciadas entre sí. Y esta observación determina un valor especial para escribir. Así, el contacto humano y con humanos es una de las razones del porqué escriben los médicos. La obra “El Hospital Real de la Misericordia - Crónicas y pesquisas del asentamiento de Quito durante el Año del Señor de Un Mil Quinientos Noventa y Ocho”, tiene un olor de novela picaresca y de aquella otra histórica que combina la narración entretenida con la reflexión de un tiempo histórico, en un esfuerzo por dar testimonio de una época, de un oficio relacionado con la medicina que no llegaba a profesión, así como de las ambiciones y pretensiones de quien habría podido ser un hombre de ciencia.
Rev Fac Cien Med (Quito) 2013; 38: 79 – 82.
En el momento que el Dr. Marcelo Lalama me entregó, como colega y compañero suyo en la docencia universitaria, un libro de su autoría para que prepare una reseña del mismo, me recorrieron sudores fríos. Sabía y conozco de su valía como docente universitario y consultor en medicamentos, de su larga trayectoria en la cátedra de Farmacología de la Universidad Central del Ecuador y de su renovador afán, propio de los últimos tiempos, de desarrollar y sostener un sistema de información sobre fármacos y medicamentos basado en el uso de técnicas de comunicación contemporáneas y vanguardistas, utilizando a las redes y las nubes informáticas como medio. Integrando el proyecto de Farmacología Virtual. También conocía de su quehacer literario que le llevó a ganar el premio de literatura de la Universidad Central del Ecuador con su novela Santamaría de los Volcanes.
Estos antecedentes me llevaron a una pregunta: ¿cuál es el asunto del libro del Dr. Lalama? y luego a una reflexión: ¿por qué escriben los médicos? y esta interrogante a una pregunta previa ¿sobre qué escriben los médicos? La respuesta a esta última interrogante tal vez me permita responder la anterior.
El tema de las obras de los médicos suele ser, y la razón de la lógica se impone, la medicina. Y por ello su producción editorial es mayoritariamente de carácter técnico y científico. Y más específicamente en la rama de la especialidad en la que se los asume como expertos. Se busca en esas producciones la transmisión de conocimientos desarrollados por quien es-cribe, la interpretación propia resultante de experiencias repetidas o de aquellas deslumbrantes por lo ignaras, o bien la reinterpetación de saberes con la intención de transmitirlos a quienes no han adquirido la experticia necesaria. Los títulos de los libros guardan entonces coherencia con el contenido. El título del libro de Lalama: “El Hospital Real de la Misericordia” con el subtítulo “Crónicas y pesquisas del asentamiento de Quito durante el Año del Señor de Un Mil Quinientos Noventa y Ocho”, no orientaba en forma sustantiva a esta razón, o bien terminaba, para quien se podía comprometer a un comentario, en un marasmo sin salida. La posterior lectura del texto alejó felizmente a la farmacología actual y sus relaciones con la medicina basada en la evidencia del contenido de la obra.
Pero si los médicos no escriben sobre su ciencia, ¿cuáles son los propósitos de su escritura?
Y la respuesta puede y es, sobre todo lo humano y hasta lo divino. El desarrollo del quehacer médico en contacto con otros humanos y el carácter y comprensión especiales de este contacto, con el sufrimiento, la enfermedad, la depresión, la sexualidad, la soledad, la esquizofrenia, la muerte, y las relaciones con las pasiones primitivas por el poder y la riqueza; son los mismos elementos que abarca el teatro, la poesía, el drama, el cuento, la crónica y la novela. Son pues los mismos elementos aquellos de la literatura y los de la medicina.
El médico, a diferencia de otras profesiones y oficios en las que también se vive la relación con otros humanos, es una inteligencia sentiente, que diría Zubiri, que observa la naturaleza humana desnudada por el temor a la incapacidad, la desintegración y la muerte. El médico es, entonces, el observador, desde dentro, del ser y sentirse enfermo como entidades diferenciadas entre sí. Y esta observación determina un valor especial para escribir. Así, el contacto humano y con humanos es una de las razones del porqué escriben los médicos.
Otro de los motivos para la escritura literaria de los médicos es la evasión… Chejov cuando su editor le exigió que abandone la medicina a favor de la literatura contestó “La medicina es mi mujer legítima y la literatura mi amante. Si no tuviese mis ocupaciones médicas, difícilmente podría dar mi libertad y mis pensamientos perdidos a la literatura”. En los médicos la ficción y la literatura como camino a la evasión, terminan por ser un elemento de catarsis necesaria, imperativa, que bloquea la angustia de las responsabilidades morales con la sociedad y los pacientes. Marañón escribe: “El ambiente melancólico en que suele vivir el médico le impulsa a las actividades artísticas como reacción compensadora y saludable”. La evasión en el arte se transforma así en ejercicio catártico, sin el cual el médico no puede seguir cumpliendo su cometido profesional.
El ansia de saber algo más de lo que se sabe y de conocer la historia de los arcanos, de las terapias y los fármacos, y de relacionarla con los conocimientos que se tiene, o de imaginar lógicamente esas relaciones, es otro de los motores literarios de los médicos. Ese afán de conocer más allá del saber implica la investigación o creación de sociedades, de hombres y mujeres, sus relaciones, de sus deseos y terrores, de su naturaleza de ser y sentirse enfermo, y de sus temores ante la desintegración y el olvido.
Ahora bien, el libro “El Hospital Real de la Misericordia - Crónicas y pesquisas del asentamiento de Quito durante el Año del Señor de Un Mil Quinientos Noventa y Ocho”, no es un texto técnico de farmacología, aunque la farmaco-pea y la materia médica estén presentes en él. Aparecen en sus páginas los saberes médicos, al siglo XVI, sobre los fitofármacos (europeos y americanos) y sus acciones médicas ciertas o imaginadas. Enlistar las referencias sanitarias sería inacabable, señalo manzanilla, tomillo, llantén, menta, adormidera, toronjil, hierba luisa, chamico, floripondio, beleño, huanto, chahuarmishque, ayahuasca, coca, láudano, sábila, berenjena, zarzaparrilla, mazamorra de maíz, y siguen más de 96, de las cuales se indica su utilidad. Por igual se recogen las entidades patológicas de la medicina ortodoxa, occidental y europea de la época: como la viruela, la peste, la lepra, la tisis o el mal de Lá-zaro, pero también la nosografía aborigen: el ojeo o el mal aire por ejemplo; así como aquella desarrollada en el saber popular como el empendejamiento. Enfermedades de las cuales se describe su cuadro clínico y evolución, y cuyo entendimiento transforma el texto en un libro de ejercicio investigativo, más para los médicos, con alguna licencia histórica para el mejor desarrollo de la obra.
Tampoco “El Hospital Real de la Misericordia” es un libro de historia, aunque Lalama también estudia y esboza la estructura social del Quito de finales de XVI y lo logra a través de sucesos y pesquisas de acontecimientos históricos, y ficticios pero creíbles, de la ciudad. Se esmera en pintar así, en las páginas del libro, el carácter recoleto, y a veces farisaico de las familias de la villa, así como los conflictos políticos, conventuales y religiosos que la invadían.
Pensar en el libro que comento, exclusivamente como un conjunto de crónicas, sería desmerecer su valor literario y de investigación histórica, aunque reúne narraciones y relatos de los hechos de la ciudad de finales del siglo XVI; y personajes de la época que no por llevar nombres de ficción son menos creíbles. El protagonista, un hierbatero indiano, y la antagonista seductora y seducida, una marquesita de las que siglos más tarde acabaron como elementos nobles del país, se rodean de numerosos actores y figuras de esa sociedad real y posible. Así, el fraile médico de origen mediterráneo con conocimientos médicos y conflictos acordes a las mejores teorías de la época y posteriores; el presidente de la Real Audiencia creada años atrás guiado por el único interés de satisfacer sus deseos genitales; la abadesa y las monjas de un especial convento de clausura; los rufianes, curanderos, comadronas y soldados que aparecen en sus páginas... todos estos personajes son retratos de figuras que imaginamos creíbles a partir de la historia. Retratos en los que el perfil es de un físico y empaque no discutible, dice de uno de ellos: “lucía lóbrego, tenía las facciones afiladas, vestía siempre de negro al estilo de la corte de España, cubierto de seda, con las prendas pegadas al cuerpo… con plisados blancos abundantes, circulares en el cuello y boina en la cabeza también negra, adornada con pluma blanca en uno de sus lados…”. Vemos en Don Íñigo al caballero de la mano en el pecho de El Greco. Pero también retratos en los que se vislumbra el alma de las gentes por su hacer o su dejar hacer, dice de la legítima del Presidente: “conocedora pertinaz de los calzones flojos de su amado esposo, testigo tolerante de décadas de buen vivir y mejor gozar de su adorado consorte, sostenedora pertinaz de sus andanzas y desvaríos, ha decidido afrontar a su manera tanto abandono e indolencia para con su persona..”. El creador o recreador de esta sociedad de actores, personajes que han evolucionado desde los estereotipos de “Los nazarenos”, la novela de Lalama premio Espinosa Polit 2000; tiene entonces algo de cronista.
El lenguaje que se utiliza en predominio en el libro, es el que oiríamos, o imaginamos oír, en la Audiencia Real de 1597, con una construcción sintáctica y gramatical que nos acerca al habla de las novelas del siglo de oro español, o al modelo del Alatriste de Pérez Reverte, pero con tonos aborígenes en la gramática de los pregones del Cabildo del XVI. “Es ilustrado y virtuoso, cosa rara en un cura y nunca antes vista en un obispo” pone en boca de un personaje, y en otro “Hemos tomado recaudo al respecto… van las reverencias camino de la pudrición”. El uso del idioma es pues, un esfuerzo más del autor por acercarnos a la realidad de su universo.
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ESCRIBIR ES SEDUCIR
Ramiro Arias B.
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El escritor es un inconforme, es un simulador que disfraza la realidad y la vida hasta volverla creíble, esa es la ficción y de esto se ha dicho mucho. Vargas Llosa en “La verdad de las mentiras” anotaba que las mentiras de las novelas no son nunca gratuitas y estas nos llenan las insuficiencias de la vida y que a los hombres satisfechos con su destino, estas novelas, no suelen cumplir servicio alguno, quizá lo decía porque refleja las mentiras que somos y que la ficción nos completa esa atroz dicotomía entre el ser y el deber ser.
Stephen King, uno de los más importantes escritores vivos de Estados Unidos, autor de más cuarenta novelas de literatura fantástica, de ciencia ficción y sobre todo de terror, decía que siempre ha escrito porque le llenaba o sea que disfrutaba con lo que hacía, “todo lo que escrito me ha salido de las entrañas”, escribe, pero así mismo, aunque diga que le hacía vibrar el simple gozo de hacerlo ha pagado su precio: sudor y lágrimas. Pero en lo que todos los grandes escritores concuerdan es en aceptar que la mejor manera de aprender es leyendo y escribiendo mucho, de aquí para adelante todos, incluso el mismo García Márquez hasta Julio Cortazar, pasando por Roberto Bolaño y otros, han dictaminado sus recetas y sus frases célebres respecto al oficio diciendo, entre otras cosas, que la escritura les salva y que a ninguno de ellos, incluido Augusto Monterroso y el mismo King no han perseguido el éxito que tienen y, desde luego, con sus dotes de persuasión nos han convencido; aunque luego ejercitamos nuestro derecho a la duda en un mundo donde la fama emborracha.
“Las cosas no son como las vemos sino como la recordamos”, escribía Valle-Inclán refiriéndose a la memoria y a la imaginación, instrumentos que todo escritor debe manejar. Éstos podrían ser parte de esa analogía que sugiere Stephen King con su “caja de herramientas” útiles para un escritor: en la bandeja superior debe estar el vocabulario, es decir la gramática. El segundo nivel: desconfía del adverbio (yo diría también del adjetivo) y la capa de abajo: la forma y el estilo. Para las revelaciones del escritor no existen formulas sino el azar y el destino.
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MAGAKAN, EL MAGO
Ramiro Arias B.
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Supongo que las cosas tenían su orden, mi madre en los quehaceres de la casa, mi padre en su trabajo y yo un día yéndome detrás del magnetismo de Magakan, el mago. ¿Fue el destino? No lo sé, Él tío abuelo no era muy alto, ancho de hombros, siempre andaba bien trajeado y llevaba puesto unas gafas grandes y oscuras, un grueso mechón rizado caía sobre su frente, nunca se cortó su chiva y de sus labios finos parecía salir una sonrisa superior, y cuando hablaba decía solo lo indispensable. ¿Cómo hacía para hipnotizar a coliseos enteros y reducirles a su voluntad? ¿Cómo hipnotizaba por radio a los jóvenes que se reunían a escucharle en el parque? ¿Cómo hizo para manejar con los ojos vendados alrededor del parque de la Latacunga? ¿Tenía el don de la clarividencia? Mis tías conservadoras decían que tenía pacto con el demonio o con el más allá, pero yo, a mis quince años sabía que él vibraba a otro ritmo diferente de frecuencia mental. Contaba que la hipnosis y lo paranormal aprendió en la India, después de desertar de la guerra de Corea en 1952 a la cual de joven fue obligado a ir.
De las muchas las anécdotas, recuerdo una, fue cuando un grupo de médicos con el intendente de policía de Riobamba a la cabeza, irrumpieron en su consultorio del hotel cerca de la estación del tren donde curaba aplicando la hipnoterapia y lo tomaron preso acusándole de practicar la medicina sin ser profesional, pero no solamente era la ignorancia y el miedo de los galenos ante estas prácticas milenarias, era el prejuicio y la envidia porqué Magakan tenía su consultorio atestado de gentes; así que lo metieron a la cárcel, hasta que, después de unos días, arribó a ella una enojada muchedumbre pidiendo su liberación, ante lo cual las autoridades no pudieron negarse.
Después de su muerte a causa de un derrame cerebral hace veinte años, más o menos, sé que el hipnotizador mediante el sueño inducido practica la sugestión como la manera de indagar y llegar al subconsciente a través de la catalepsia, el letargo y el sonambulismo y sacar al consciente todos los traumas y represiones del pasado.
Ahora, la literatura lo va incorporándolo de a poco por su magia y misterio. La huella de su vida y obra, aún no se han extinguido.
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FÚTBOL Y LITERATURA
Ramiro Arias B.
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Más allá de la clasificación a los cuartos de final de los equipos sudamericanos en el mundial de fútbol y gracias a esa urdiembre de vasos comunicantes que este continente tiene por historia, además de fútbol, es también una pluralidad de lenguas y tradiciones. Para los ojos europeos, orientales y asiáticos somos una unidad continental, y así nos ven. Octavio Paz sostenía que en las letras no hay un estilo mexicano como no hay un estilo español, peruano o chileno. Los estilos son históricos, nunca han sido exclusivamente nacionales y saltan todas las tapias y fronteras, quería decir que a Rubén Darío se le reconoce como el fundador del modernismo, a García Márquez como el del realismo mágico y si se quiere hablar de la literatura hispanoamericana Rulfo es fundamental y V. Huidobro el más vanguardistas de los poetas latinoamericanos, y así por el estilo.
Por lo tanto, hay mucho que nos une, por eso mismo, Sudamérica vibró como un solo corazón en el mundial de fútbol como la pluralidad de lenguaje y de voces que somos. Ya alguien lo dijo, fútbol y literatura son una misma pasión en la búsqueda del juego y la belleza. A. Camus cuando era arquero de un equipo en Argelia recordaba: la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Esto me ayudó mucho en la vida…lo que más sé de moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol.
La relación fútbol y literatura tiene más años de lo que se supone, aunque hubo una época-antes de los años sesenta- en que los escritores-intelectuales desdeñaban el fútbol. Muchos libros se han escrito sobre el fútbol, antologías desde Borges-Boy a Soriano. En Ecuador escritores como R. Perez, Iván Eguez, F. Carrión y otros han escrito sobre el tema. La industria editorial futbolera seguirá en ascenso, se escribirán más textos porque en el antes y después de juego suceden cosas dignas de contarse y este último mundial no será la excepción. El mundial que acaba de terminar lo invadió todo y nos hemos dejado llevar, aunque en muchos de nosotros todavía late el frustrado jugador de fútbol.
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UN HASTA PRONTO POETA ADOUM
Ramiro Arias B.
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Estaba en la carretera. Se me anegaron los ojos cuando recibí la noticia, el poeta más prestigioso tanto en el país como fuera de él, había muerto, el que creía que nada es definitivo pero que teníamos que vivir haciendo planes como si fuera para siempre. Su sentido de humor se agudizaba después del primer vodka con agua mineral y gotas de limón y al encender su habano su lucidez y curiosidad cobraban brillo, y no importaba que anochezca en el café. Todo cobraba especial significación en su sabiduría verbal. Se deleitaba con la amistad entregada, mucho más cuando se hablaba de literatura, entonces la memoria era una fiesta.
Cuando presentamos algunos de los libros que Eskeletra tuvo el acierto de publicarlos, él decía que el editor es cómplice del trabajo con el escritor, es decir, debe amar su oficio. Ecuador: señas particulares, fue el libro sobre la identidad ecuatoriana, que toda editorial hubiese querido publicar, tuvo muchas ediciones y reimpresiones. Luego vino una edición preciosa en cinco idiomas del Amor Desenterrado y Cronología del Siglo XX, etc. Fue coordinador y antólogo de la Antología Esencial del Ecuador: siglo XX, editada en cinco tomos: Novela Breve, Cuento, Ensayo, Poesía, Crítica Literaria. Fue testigo de su tiempo, él creía que envejecer era opcional, que hay jóvenes viejos y viejos jóvenes, él pertenecía a la segunda casta, especialmente cuando ponía el dedo índice y el medio en la sien y el pulgar en su pómulo y sonreía con espíritu reflexivo y hablaba sin urgencia. Los grandes cambios históricos no dejaron de sorprenderle, eran la muerte y el nacimiento de un nuevo espíritu, de una nueva sensibilidad, a pesar de ello, su palabra estaba junto a los desposeídos.
Como todo poeta supo que la vida esta hecha de accidentes y desencuentros. Lo más probable es que se fue con sensación de lo imposible de su cometido, nunca se sabe querido Jorge Enrique, mientras la utopía sea la plenitud posible. Borges dijo alguna vez que si hay vida después de la muerte, la muerte es una broma estúpida, por eso digo, hasta pronto maestro y amigo.
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BREVES APUNTES SOBRE LA LITERATURA ECUATORIANA
Raúl Pérez Torres
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¿De dónde vengo? Vengo del ombligo del mundo. Del centro del mundo. Mi país tiene un nombre que no define la historia, sino el azar: Ecuador. Si alguien toma el diccionario para saber algo de él, se encontrará con que Ecuador es el círculo máximo de la Tierra, perpendicular a la línea de los polos.
Y ecuatorial es aquel aparato que se compone de un anteojo móvil y sirve para medir las ascensiones y declinaciones de los astros. Entonces soy del país de la mitad, país que por secuencia histórica debió llamarse Quito, porque antes de que pomposamente empezáramos a tener vida propia como república independiente, nuestro pedacito entrañable de tierra se llamaba Gobernación Independiente de Quito y luego Audiencia y Presidencia de Quito.
Pero dejemos de lado este nombre ((geográfico y geométrico)), y digamos que, como dice algún historiador, ((para vivir a dos mil ochocientos cincuenta metros sobre el nivel del mar –altura de Quito- todos los hombres de todas las razas del globo tienen que ensanchar el perímetro del tórax)).
Ante todo no hay por qué asustarse. En algunos países creen que por haber nacido nosotros bajo la línea ecuatorial, somos unos bárbaros de taparrabo y lanza que comemos carne humana, y que bajo un sol abrasador celebramos rituales de orgía y sangre. Otros creen que estamos situados en el África o en la América Central (por aquello de la mitad).
No, estamos en Sudamérica y somos hermanos de límites con Perú y Colombia.
Nacidos entonces bajo la línea ecuatorial, sería atinado decir que la geografía nos desune, nos dispersa, no nos permite una uniformidad, somos selva y trópico pero también montañas y nieve, maravillosa fusión de cosmografía y sangre, negros, indios, cholos, mulatos, mestizos, blancos, desde donde han salido un arte y una literatura múltiples que ahora paso a narrarles.
De una manera vacilante, indecisa, como cuando el niño empieza a caminar, la literatura ecuatoriana inicia su camino a pie, pero bajo la sombra tutelar, libertaria, polemista, del indio quiteño Eugenio Espejo, quien, desde 1770, en panfletos, libros y periódicos, asumió su valiente actitud anticolonialista, que finalmente le costaría la vida a este conspirador e inspirador de la Independencia. Luego, en el último cuarto del siglo XIX, la literatura ecuatoriana empezará a caminar bajo un optimismo racionalista, un mundo inconmovible, prefigurado, quieto, ordenado, feudal, y conservador. En el cuento no se ve más allá del relato de costumbres, de la tradición o la leyenda, y los temas estarán vinculados a un realismo chato y luego a un romanticismo dulzón y desabrido cuyos padres putativos serían Chateaubriand, Lamartine, Víctor Hugo, Walter Scout, entre otros.
En todo caso, los personajes de esta literatura son cacasenos del pueblo, y el escritor desde una esfera superior muchas veces se burla de ellos, los ridiculiza (Juan Valdano). El humor es concebido aquí como el trasfondo de una conciencia de clase privilegiada que desprecia lo popular. ((La jerarquía de clases es clara y debe mantenerse tanto en la literatura como en la vida)) (Juan Valdano). Todo parte de lo clásico, de lo verosímil, de lo realista. Estamos en las primeras décadas del siglo XIX y los escritores apuntalan con sus sueños, un poder omnímodo que respira quietud y vida sana.
Las características de esta literatura estarían dadas por el punto de vista. El narrador es el Dios de los hombres y las circunstancias, está en todas partes (y en ninguna se lo puede ver), por ello se utiliza la tercera persona, que prefigura la cosmovisión y el desarrollo de todo el contenido. Se detalla el paisaje y se describen los ambientes, el lenguaje es academicista, rancio, convencional, es decir el instrumento adecuado para interpretar la burguesía decimonónica: pureza, casticismo, corrección formal, moderación expresiva, pudor, idealismo, amaneramiento, (Juan Valdano).
Pero hay alguien, fuera del cuento y de la novela, que distará mucho de esa moderación y ese optimismo, y que fustigará con su pluma a los dictadores y a los poderosos, un hombre ecuatoriano que fue exaltado por José Enrique Rodó, por Rubén Darío y por Miguel de Unamuno: Juan Montalvo, aquel escritor de un casticismo irreprochable cuya pluma no tembló cuando se decidió a escribir los Capítulos que se le olvidaron a Cervantes. Empezaba entonces la confrontación ideológica entre dos corrientes representadas en las letras por Juan León Mera (conservador) y Juan Montalvo (liberal). En poesía, y luego de la gran poesía épica de José Joaquín de Olmedo (que igual cantaba las hazañas del Libertador Simón Bolívar, como las del dictador Juan José Flores), el modernismo, al decir de Jorge Enrique Adoum, aparece como la expresión más cabal y más lograda de la frustación de la burguesía y el gamonalismo. Cuatro poetas trágicos, con tentativas de evasión y muerte, irrumpen con sus cantos donde se nota la huella dolorosa de Baudelaire y Verlaine. Uno de ellos, Ernesto Noboa y Caamaño, diría de sus colegas: ((a unos los cesó la muerte y a otros…. Los mató la vida)) (quizá por esa falta de voluntad de vivir el gran escritor y periodista Raúl Andrade los llamaría la Generación Decapitada). Magníficos poetas, sus obras son perlas de tristeza, exactas, puras, de donde no emerge nada que no sea melancolía. sus nombres: Medardo Ángel Silva, Humberto Fierro, Ernesto Noboa y Caamaño , y Arturo Borja.
Las luchas independentistas han llegado a su fin. Se comienza a sentir la necesidad de asumir un compromiso y fijar los cimientos de una literatura nacional y popular. El liberalismo asume el poder en 1895 y entonces aparece la novela de ese movimiento: A la costa, de Luis A. Martínez (1906).
El siglo XX se abre efectivamente para nuestra América, con ese gran cuentista uruguayo Horacio Quiroga, y en nuestro país empiezan a reafirmarse, a delimitarse, dos caminos del realismo: el realismo social y el realismo sicológico; dos vertientes copan la literatura de los albores del siglo. En nuestro país aparece un libro de alguien que a la postre moriría loco en un sanatorio para enfermos mentales, Pablo Palacio: Un hombre muerto a puntapiés (1927). Ese libro marcaría los derroteros de casi toda la literatura posterior. Los otros escritores significativos de la famosa generación de los treinta se adscribirían al realismo social por la necesidad de denunciar las injusticias sociales, de mostrar la realidad del campo, de la tiranía feudal. En la poesía, a partir de 1925, aparecían las obras de tres grandes líricos de nuestra literatura: Jorge Carrera Andrade, Alfredo Gangotena y Gonzalo Escudero. Recojo aquí algunos de los contextos internos y externos que marcaron esa literatura y que he tomado de algunos investigadores de mi país.
Contextos internos: Crecimiento de las ciudades, industrialización naciente, formación de un proletariado urbano, desencanto por la traición a los movimientos revolucionarios del pasado y comienzos del presente.
De 1920 a 1940 tenemos veinte presidentes, casi uno por año: inestabilidad política, búsqueda y agitación.
Contextos externos: 1914, año de la barbarie de la Primera Guerra Mundial. Desengaño de la civilización europea. Constantes intervenciones del imperialismo norteamericano en la América Latina. Crisis económica de 1929.
Revitalización del marxismo. Hechizo de las nuevas ideas de Marx y Freud. Se fundan el Partido Socialista y el Partido Comunista en nuestro país.
Corrían los años en que todo vestigio liberal de la revolución de 1895 se había quemado en la misma ((hoguera bárbara)) en la que asesinaron y quemaron al líder máximo de este movimiento liberador: Eloy Alfaro, quien prefigura con sus derrotas y sus victorias al coronel Aureliano Buendía, de García Marquéz. Si vive el caos, la explotación y la miseria; empieza a vislumbrarse el fantasma pavoroso de la Segunda Guerra Mundial.
En noviembre de 1922 la incipiente clase obrera, que había empezado a generarse a través de una industria dependiente o privada, recibe su bautismo de sangre en la más inmisericorde matanza que se haya registrado en nuestro país. De esta dolorosa experiencia histórica saldrá la obra más firme escrita por un militante comunista ecuatoriano: hablo de las cruces sobre el agua, de Joaquín Gallegos Lara (el pueblo de Guayaquil cada año arroja cruces de madera o flores al río en recuerdo de los obreros asesinados y tirados al agua, el 15 de noviembre de 1922).
En 1925, la Revolución Juliana que apenas quedó en un tenue reformismo, llevada adelante por militares de baja graduación en beneficio de la clase media en ascenso, claudicaría más tarde frente a la presión oligárquica feudal. De igual manera, la Guerra de los Cuatro Días, en 1932, sirvió para masacrar al pueblo en la lucha fraticida de liberales y conservadores por la hegemonía del poder. La depresión consiguiente a la Primera Guerra Mundial se hace patente en el mercado agrícola ecuatoriano.
El movimiento de los años treinta (cuyas figuras máximas son Alfredo Pareja, Enrique Gil, José de la Cuadra, Demetrio Aguilera, Joaquín Gallegos, Pablo Palacio y Jorge Icaza) se fortaleció dentro de un proceso y una coyuntura social específica, porque todo hecho artístico recibe de su contexto social la savia que lo nutre.
Enrique Gil Gilbert escribe su mejor obra en 1940, Nuestro pan, que recibe el segundo premio en el concurso que ganó El mundo es ancho y ajeno, de Ciro Alegría. Demetrio Aguilera Malta es el álter ego del choclo en A la Costa y en sus novelas Don Goyo y La Isla Virgen, sus cualidades sociológicas son impresionantes. José de la Cuadra fue quizá el mejor escritor de cuentos de su época, tanto en el Ecuador como en la América Latina. Sagaz, lúcido, de un poder de síntesis altísimo, el realismo mágico aparece de su pluma con Los Sangurimas, novela corta que prefigura con varios años a Cien años de soledad.
Nuestros escritores de los años treinta enfrentaban esta época de una manera consecuente con los intereses del pueblo y con su política reivindicativa. Todos ellos militaron en organizaciones de izquierda, y su obra es crítica, realista y demoledora.
De los inclaudicables escritores de esos años de nuestro país, diremos también lo que varios críticos literarios han encontrado en sus libros: descarnado verismo. Crudeza. Revelación de la realidad, situaciones extraordinarias, no cotidianas. Violencia, crimen, sexo. Relaciones de injusticia social. Una literatura que no divierte sino advierte, que no anuncia sino denuncia. Del tono informativo pasa al subversivo. Se encuentra incorporado el elemento mágico (el fondo de lo popular). Hiperboliza la realidad del montubio. Los personajes son proletariados, o es la comunidad entera; se reivindica lo autóctono y, como dice Diego Araujo, llegan al diseño del personajes prototípicos: el indio explotado, el patrón, el mayordomo, el cura…. Por otro lado, no se olvidan el sermón proselitista y la innovación técnica. Se reinventa el lenguaje. Encontramos un habla fresca y realista; uno de ellos, quizá el más experimental y auténtico, José de la Cuadra, decía: fotografía y fonografía de la realidad, eso es lo que buscamos.
Los años cincuenta, hasta cierto punto, son estériles y de una calma bonachona; década, empero, que se abre con una gran novela: El éxodo de Yangana, de Ángel Felicísimo Rojas, uno de los textos literarios más novedosos, atrayentes, denunciativos y bellos de la historia literaria se da entre los dos realismos. En el uno superviven Jorge Icaza , creador de la novela que mayor fama ha tenido en el Ecuador y en el mundo entero: Huasipungo, algunos cuentos de Gallegos Lara, Pedro Jorge Vera, Alfredo Pareja, Adalberto Ortiz, con su deslumbrante novela Juyungo, ((historia de un negro, una isla y otros negros)), y en el otro, en el realismo sicológico, empiezan a aparecer muchos escritores que tienen ya una obra de consideración: César Dávila, Rafael Díaz Icaza, Jorge Enrique Adoum, y otros.
Finalmente, hace algunos años, en nuestro país, sintomáticamente a partir de la Revolución Cubana y los distintos movimientos de liberación con su significación dentro de la América Latina, fueron surgiendo grupos, movimientos, talleres o escritores individuales que consideraron ya a la literatura dentro de su especificidad como un factor necesario de cambio, de orientación y de testimonio. Dentro de los diferentes géneros literarios, el cuento ha ido adquiriendo una mayor resonancia, proporcional al rigor, a la disciplina y a los objetivos que el escritor contemporáneo se propone, en un mundo donde la desubicación, la desorientación y la ambigüedad son los instrumentos diarios y alienantes con que nos regala el contexto mundial.
En uno de los manifiestos del Frente Cultural decíamos que el desarrollo del capitalismo en Ecuador, el surgimiento de la clase obrera, la constitución de organizaciones políticas que reivindicaban los elementos fundamentales que determinaron la conformación de núcleos de intelectuales del sector medio que ya no respondían a los intereses de las clases dominantes. Hasta la década de los años sesenta aparecen intelectuales progresistas que, al asumir compromiso político con la historia, devinieron en militantes de las organizaciones de izquierda.
Las décadas de los años sesenta y setenta se caracterizan por el emerger de movimientos iconoclastas, agrupados alrededor de programas inmediatistas que, aunque mecánicos y románticos, se asumen dentro de la concepción sartreana del compromiso intelectual, y plantean una ruptura total con el oficialismo cultural. Una muestra de esto es el grupo Tzántzico y su revista Pucuna, que significativamente asumen la necesidad de ((reducir cabezas)) consagradas, es decir, el parricidio. Esto, que fue más una actitud que una praxis real, logró sin embargo romper un lastre acumulado por el conformismo, y llevó a alguno de esos grupos a plantearse su quehacer bajo una intención política, que finalmente redundaría en una mejor aprehensión de la realidad cultural del país.
Dentro de este contexto –decía también el manifiesto- la historia y la dirección que esta toma, impulsada por la clase trabajadora, hoy va demostrando que la única posibilidad de ser realmente un intelectual es ir generando prácticas culturales insurgentes. Como esta práctica no se da en el campo neutro sino en la historia real, caracterizada por la lucha de clases, el intelectual –como agente reproductor de ideología- debía estar vinculado a los frentes de masas y asumir de este modo su función de intelectual orgánico, tal como lo conceptualiza Gramsci. El preceso de transformación conducido por las clases explotadas exigía nuestra participación en el sentido de investigar, aprehender, divulgar y desarrollar la cultura del pueblo.
En estas circunstancias, reformulamos la cultura como la interrelación de las diversas manifestaciones del pueblo, y esta interrelación en permanente contradicción con las manifestaciones ajenas a él. Uno de los símbolos inequívocos de esa literatura es justamente el de tomar el hecho artístico como una vocación, como una dedicación, como una profesión rigurosa y diaria.
No era obra y gracia de la inspiración o de las musas, era un hecho real, que requería investigación desde diferentes puntos de vista, investigación de la forma y del fondo, de lo que se dice y de cómo decirlo, del lenguaje y de su profundidad conceptual. Entonces, lo aparentemente insignificante se llenaba de significado, lo cotidiano estaba lleno de latencias, de reflejos interiores, la persona que pasaba por la calle, su actitud frente a un niño, frente a una mujer, su manera de sentarse en el parque, las palabras, adquirían otros significados.
Por otro lado, la necesidad de sentir la ciudad, de redescubrir y amarla, de ahondar en nuestras raíces históricas, de dónde venimos, a dónde vamos, era otro síntoma de nuestra literatura joven. Veremos a Iván Egüez (La Linares, Pájara la memoria) fantaseando irónicamente en sus conventos y cúpulas, dándole al personaje cotidiano un carácter épico, atacando el lenguaje, llenándolo de aliento, volviendo a crearlo, encarnándolo; a Abdón Ubidia (ciudad de invierno) en uno de sus cuentos, rastreando la ciudad acometiéndola, buscándola, desde diferentes artistas , tratando de provocarla, de quitarle sus velos, de explicarla y, por su medio, explicarse, pensando quizá en que es su clima delicado el que nos tiene melancólicos, o que es su arquitectura la que nos brinda los chispazos barrocos de nuestro lenguaje. A Jorge Velasco (Como gato en tempestad) reinventando ese lenguaje popular guayaquileño que emerge de sus calles, de los que no tienen voz; a Eliécer Cárdenas (Polvo y ceniza) buscando las coordenadas misteriosas del bandolerismo criollo en la imagen de Naun Briones; a Jorge Dávila (María Joaquina en la vida y en la muerte) analizando y pormenorizando los rasgos existenciales y alienantes de la batería provinciana; a Francisco Proaño (Historias de disecadores) aprehendiendo los ademanes histriónicos y fantasmales de aquel personaje que durante cuarenta años fustigó con su dedo y su oratoria el alma de la patria; a Jorge Rivadeneira (Las tierras del Nuaymas) a la caza de su guerrilla perdida; veremos a Vladimiro Rivas (Los bienes) buceando entre los recuerdos familiares, recordándonos a todos nuestra abuela y sus peripecias; a Marco Antonio Rodríguez (Historia de un intruso) atormentado por la trascendencia del hombre común, de su devenir y de su metamorfosis síquica frente a una sociedad vacía de valores; veremos a Raúl Vallejo (Máscaras para un concierto) convirtiendo en personaje real al que un día fue poeta de los decapitados; a Javier Vásconez (Ciudad lejana) desmembrando los huesos de una aristocracia sin meta y sin salida; es decir, a todos nosotros frente a una misma situación crítica y comprometida, utilizando algunas de las armas del hombre, el pensamiento, la literatura, para atacar desde diversos ángulos el armatoste del mal del siglo, la corrupción.
Vendrían entonces los extraordinarios, encantados, desencantados, apabullantes, libres, esquizofrénicos, trágicos, luminosos años sesenta, pero ya que hemos llegado hasta aquí, bajo esas dos realidades de nuestros escritores de los años treinta –el realismo social y el realismo sicológico- es hora de preguntarme (ya empiezo a estar involucrado) de qué realidad hablo.
La realidad no existe. Al menos no como la entiendes tú. Sancho, diría Quijote. La realidad para nosotros, los de los años sesenta, es una trampa. Y en literatura, la realidad es apariencia. El escritor únicamente entiende ((la realidad)) si va así, entre comillas. Vladimir Nabokov, Franz Kafka y Fraulkner lo sabían.
Muchas realidades se inmiscuyeron y acicatearon nuestra agitada propuesta literaria de los años sesenta, propuesta de identidad y de lenguaje, propuesta de una nueva simbología y un nuevo ((viaje)) al interior del hombre, propuesta que dejara a un lado el optimismo racionalista de los doctos, el maniqueísmo posterior, la mirada exterior, el realismo chato y unidimensional, el automatismo y el objetivismo externizante, el tratamiento manipulador de un lector tibio, inocente e ingenuo, propuesta, en fin, que nos comprometía y nos convertía en sujetos vivos de un conflicto social, ético y estético.
La Edad de Oro de nuestras letras (1925-1945) había pasado, y nosotros con gusto les dimos todo el oro que merecían y nos quedamos sin nada. Pero fueron otras ((realidades)) asombrosas y desgarradoras, internas y extremas, las que modificaron, nutrieron, apuntalaron nuestra necesidad de convertirnos en escribientes, en oráculos, en chamanes de una conciencia nueva, subversiva, caótica, violenta, ambigua, que contenía el hombre planetario, al hombre en sí y a su circunstancia.
Pienso que ya no se trataba de matar a nuestros inmediatos padres de los cincuenta, padres que no merecían la muerte de manos nuestras, porque ya la llevaban implícita en un porfiado realismo social a ultranza (excepción hacha de dos entrañables padres putativos que más tenían de hermanos: Jorge Enrique Adoum y César Dávila). Se trataba de mirar a nuestros abuelos de los años treinta con mayor detenimiento, de saldar cuentas, de acumular y decantar su experiencia, su empuje, su vigor, retomar los rasgos espirituales del paisito, y seguir adelante, contemporanizando más bien con los tíos de más allá del charco, es decir, Juan Carlos Onetti, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Alejo Carpentier y Juan Rulfo, quienes filtraban para ellos y para nosotros las sabias enseñanzas de Maupassant, Poe, Faulkner, Hemingway y Quiroga, en una dialéctica de circulación sanguínea.
La vertiginosidad de la vida en esa década nos imponía otros códigos y otros rostros espirituales. La realidad para nosotros empezaba a ser lo que siempre es: una epifanía. Una revelación inesperada. Un entrañable escritor amigo, de mi generación, decía que la obra de los escritores ecuatorianos de la generación de los treinta era simplemente insuperable. Eso lo decía completamente convencido, un escritor que se desangra diariamente buscando la perla que yace en el fondo de la ostra, y ha dado grandes muestras en sus libros de una, no insuperable, pero sí nueva actitud frente al mundo, actitud que en esencia deviene estilo.
Ya se sabe que a veces de tanto repetir una afirmación cualquiera, se vuelve indiscutible; peor aún en nuestro país, donde ningún concepto pasa por el análisis sino por la crítica deportiva. Pero entonces, qué significan en nuestra vida intelectual novelas como Entre Marx y una mujer desnuda, lucidísimo collage de lo que somos, de lo que buscamos, viaje estremecedor al corazón de la inteligencia, evocación multiforme de un escritor de los años treinta (Gallegos Lara), con los recursos sicológicos, lingüísticos y humanos de los sesenta. Y qué significa pájara la memoria, ese permanente homenaje a la lengua y a la vida, y que significan Polvo y ceniza, Bruna Soroche y los tíos, y qué hacen allí los cuentos finos y profundos de Ubidia, Velasco Mackenzie, Vásconez, Dávila Andrade, Proaño Arandi, y qué decir de aquella palabra secreta de Humberto Vinueza, Euler Granda, Javier Ponce, Efraín Jara Hidrovo, Carlos Eduardo Jaramillo y otros. O el aporte sustancial de aquellos pensadores como Agustín Cueva, Fernando Tinajero o Alejandro Moreano, que buscaron darle organicidad a nuestra propuesta.
Es una verdad que nuestra generación ha sido de ruptura y aporte. Quizá esa ruptura y ese aporte se manifestaron luego de una tenaz asimilación y estudio de la obra fecundada de los escritores de los años treinta, especialmente de Pablo Palacio, pero es posible también que, como dice Vladimiro Rivas, nuestra adhesión a la obra de Palacio deba entenderse como un síntoma de desamparo, de ausencia de padres, de ausencia de vasos comunicantes. Innegables, por otro lado, son las virtudes literarias, políticas, ideológicas y sociales que, dentro de un contexto específico, desarrollaron nuestros escritores de los años treinta, pero pienso que suficientes romerías se han realizado hacia sus libros y es peligroso que, de tanto mirarlos, se nos conviertan en espejismo. Parecería que nos ha dolido crecer huérfanos. Y quizá por ello habremos contraído los vicios del huérfano. Pero nuestro crecimiento ha sido vertiginoso, solidario, en las calles, al aire libre.
Vuelvo al libro Desciframiento y complicidades, de Vladimiro Rivas (cuyas virtudes como ensayista son innegables, no así su narrativa que tiene deudas literarias demasiado obvias, especialmente con el clan borgeano), quien dice, refiriéndose a nuestra generación:
(…) le ha costado mucho tiempo descubrir el mundo que le rodeaba y descubrirse. Trabajosamente y no sin sacrificio llega a la madurez literaria, esto es, a entender lo que es una novela y cómo se vive su escritura. El mismo Adoum llegó tarde a la novela.
Publicó Entre Marx y una mujer desnuda a los cincuenta años de edad. Pero Adoum ya había dicho su palabra en la poesía. Estaba de por medio el vacío generacional de los cincuenta. Nos costó entender que no se escribe para cumplir un deber cívico sino por razones más íntimas, que acaban finalmente tendiéndole la mano al imperativo social.
Es decir, las nuevas realidades necesitan nuevas formas, nuevos lenguajes, nuevos desafíos. Y cuáles eran esas realidades que impulsaron y modificaron nuestra expresión, que desempantanaron una literatura que ya olía a sahumerio, que le dieron una actitud vital bajo un nuevo realismo más profundo y complejo. Veamos a vuelo de pájaro: nacimos en el centro de un cacareado sentimiento de derrota, por la guerra con el Perú. Todo lo que tocábamos se convertía en derrota. Y para acumular una formidable vocación para la derrota. Y para el sufrimiento. Soportamos una larga, mediocre y folclórica época de populismo y militarismo. Más tarde, la fragmentación de la izquierda y sus luchas intestinas, que se dieron también entre nosotros y nos tornaron enemigo del amigo y viceversa.
Varios compañeros de entonces eligieron un radicalismo vehemente, a otros –como diría Hemingway- el marxismo les estropeó el estilo. Y más cercano a nosotros, toda aquella avalancha de vida, de esperanza y tragedia que se generó en la década del setenta. Pero, ¿qué es lo que no pasó en aquella década? El mundo bullía por todas partes, la gente estaba viva, las cosas estaban vivas, la naturaleza estaba viva. Momentos ejemplares con que salieron flote las virtudes más profundas del ser humano, y, obviamente, su contrapartida. Se empiezan a generar en nuestra América grupos literarios iconoclastas y vagabundos como el dadaísmo, el tzantzismo, etcétera. Auge del petróleo en el país, nos convirtió en consumidores y nos ((elevó)) al estatus del jean y el rock and roll. La epopeya de Cuba. Fidel. El Che. Las luchas de liberación latinoamericana. Los Tupamaros. Los Montoneros. Nuestra frustada y también folclórica guerrilla de Toachi. La tenaz y ejemplarizadora lucha de la mujer por la reivindicación de sus derechos. La juventud del mundo contra el monstruo de mil cabezas: el poder. La Teología de la Liberación. Los movimientos beat (especialmente en poesía) y pop (en pintura). Los Beatles y su profundo Let it Be. Mayo del 68, la revolución de los muros, es decir, aquella ((expansión de las posibilidades)) como le explicaba a Sarte aquel aquel jovencito judío-alemán que encendió París con sus grafitos: Dany Cohn-Bendit. Recordemos de paso cómo hablaban las paredes de Nanterre en ese entonces:
Tenemos una izquierda prehistórica
La imaginación al poder
Exagerar es el alma
Hablen con sus vecinos
Estamos tranquilos, dos más dos ya no son cuatro
Prohibido prohibir
Francia para los franceses es un slogan fascista
Sastre, Marcuse, Debray, Evtuchenko, Althusser, Roland Bathers, Angela Davis, Julio Cortázar y muchos otros aireaban la política, la filosofía y la literatura. Se dio entonces una liberación de los comportamientos, una búsqueda de autenticidad en los afectos, una apertura de la mente, de sus posibilidades infinitas. Había una tendencia al acercamiento a la naturaleza que desechaba lo plástico y daba nuevos contenidos a los sentimientos, los deseos, las necesidades. Se buscaba una espontaneidad descontrolada que se multiplicaba en toda la hermandad latinoamericana. Estaba representada por los mochileros, los hippies, verdaderos chasquis de nuestro tiempo, que traían en su barba descuidada la noticia de la nueva vida, del nuevo deslumbramiento, que le hizo decir a Cortázar aquello de que se estaba viviendo un siglo de oro, independientemente de cuánto duraría.
Vendría luego la guerra de Vietnam. Nunca olvidaré la despedida de los familiares de aquellos soldados, especialmente puertorriqueños, latinos, negros, en el aeropuerto de Chicago, con la perplejidad de la muerte rondando ya en sus rostros, con la indescifrable angustia de no saber a dónde iban, ni para qué, ni qué defendían, ni por qué. Y mucho más tarde, la Perestroika, la caída del Muro de Berlín, la Guerra del Golfo, los sucesos de Nicaragua, el desangre de la Revolución Cubana, su espantosa soledad y aislamiento.
La tecnificación acelerada, la deshumanización, la robotización del ser, la vergüenza de ser humano en esta humanidad. La manipulada posmodernidad y su interesado fin de las ideologías, el descalabro del comunismo europeo y, por si fuera poco, el sida.
Estas y mil más han sido las realidades que han constituido nuestro marco sociopolítico y espiritual en el que ha crecido y se ha desarrollado nuestra literatura; una literatura de la ambigüedad, de la angustia, de la incertidumbre, del desencanto del hombre y sus instituciones; una literatura que, sin embargo, busca la identidad perdida, la inocencia, el gesto, el otro rostro de una existencia urbanizada y encementada, literatura que fluye de la conciencia, que interioriza en los eslabones rotos del ser humano, que desquicia lo cotidiano, que revela su secreto, que envuelve, alumbra y oscurece la identidad del hombre común, que se olvida de la anécdota para ir vertiginosamente a la esencia existencial de un gesto, una palabra, una lágrima; una literatura hasta cierto punto secreta, con el aura de un diario íntimo, donde el antihéroe sin ornamentos se mira al espejo, hace muecas, grita a la conciencia del lector para juntos empezar siempre una faena lúdica y trágica de búsqueda de la dignidad, de la libertad, del amor extraviado.
Es una literatura de crisis que se fortaleció dentro de la misma crisis, sin olvidar el punto de vista crítico, mordaz, incisivo, a la sociedad de la cual se desprendía, y sin olvidar tampoco la autocrítica despiadada y la polémica sobre el objeto y el objetivo estético. Generación que todavía tiene mucho que decir, quizá algo menos estentóreo y espectacular, pero más reflexivo y sabio.
En todo caso, y recordando a T.S. Eliot (otro padre putativo), las palabras del año pasado pertenecen al año pasado, las palabras del año que viene aguardan nueva voz. Pero las palabras de esos años pasados eran palabras que escenificaban un mundo que se iba poco a poco desencantando de un idealismo ilusorio, de la confraternidad y la esperanza iría pasando poco a poco al individualismo, la soledad, la derrota y la duda. Granada había sido invadida, Goliat contra David. Vietnam era la tremenda guerra que todos llevábamos en el corazón, y que quizá no entendimos nunca; los artistas e intelectuales empezarían a enfermar de desencanto y melancolía. La gran generación o degeneración beat no llegaría a los años sesenta; con la muerte de Jack Kerouac, Louis Althusser, al decir de Javier Ponce el periodista ecuatoriano, ((seguía recorriendo sanatorios, y marcando, con su vida personal, el tránsito del marxismo intelectual a la tragedia personal, que culminaría más tarde con el asesinato de su mujer, Helene, y su locura terminal)). Roland Bathers moriría bajo las ruedas de un camión luego de decir desesperanzado: ((Soy un hombre disperso)).
Sartre moriría vomitando solo ((Dans les toilettes)), mientras miraba el rostro de Dios. Ezra Pound exiliado y amargado en Venecia, diría mientras le enterraban:
Yo ya no sé nada. He llegado demasiado tarde a la incertidumbre total. Es algo a lo que he llegado por el sufrimiento. No existe un hombre contemporáneo. Existe solamente un hombre que puede tener una mayor conciencia de los errores. Toda mi vida creí que sabía algo. Después llegó un día extraño y me di cuenta que no sabía nada. Y las palabras se han vaciado del sentido (…).
Con su música, Bob Dylan, Joan Baez, Jimmy Hendrix o Miles Davis matizarían esta angustia. Y en nuestra América, asesinaban al Hombre Nuevo, moría el Che Guevara, masacraban a Salvador Allende, se instalaban las dictaduras más sanguinarias y crueles, pero poetas y pensadores no dejaban de cantar: Ernesto Cardenal, Juan Gelman, Roberto Fernández Retamar, Lezama Lima, Silvio y Pablo, Cintio Vitier, Mariano Azuela, Mario Benedetti, Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti, Jorge Enrique Adoum, Juan Rulfo. Como colorario, en los Estados Unidos Richard Rodees, que salió de la banda de Tom Wolfe y de Richard West, del nuevo periodismo literario, diría también con profunda melancolía; ((El siglo XX ha perfeccionado una máquina total de muerte. Producir cadáveres es nuestra mejor tecnología)).
Pensemos con Nietzche que hace falta tener un caos dentro de ti, para dar a luz una estrella bailadora, y aunque el avance de las modernas técnicas satelitales de comunicación, la realidad virtual, esa otra realidad enmascarada, la globalización y la política neoliberal nos desintegran como región (hablo de América Latina) y nos absorben como polvo cósmico a un solo centro de desarrollo y poder, siempre la literatura y el arte estarán allí para contradecir, para polemizar, para subvertir, para revalorizar la dignidad humana.
En mi país, de igual manera, están creciendo poetas desde las alcantarillas, desde las mazmorras, salen de los árboles, de los grupos y los jacarandás, de las montañas y la selva, de los suburbios, de las iglesias, hasta de los confesionarios.
Por mi parte, he decidido concentrar mi vida en la literatura y a veces pienso que más vivo cuando escribo que cuando vivo realmente. El arte es una especie de suero para el intoxicado, de bastón para el ciego, de sillón del sicoanalista para el extraviado. Recuerdo que Albert Einstein, cuando escuchó tocar el violín al gran artista Yehudi Menuhín, exclamó: ((Ahora sé que hay un Dios)). Sin embargo, a este músico cuando tenía nueve años su profesor de francés lo traumatizó y le dijo: ((mientras haya hombres habrá guerras)). Desde aquel día Menuhín no ha dejado de utilizar su arco y su violín como arma de paz: ((Estoy convencido de que la música puede acercar a los hombres y curarlos)), ha dicho.
Quizá sea eso lo que yo he querido decirles. Quizá sea eso lo que yo busco con mi literatura. La paz y la solidaridad. El deslumbrante camino a la esencia del hombre.
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EL ROSTRO QUE NOS MERECEMOS
Ramiro Arias B.
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Habrá cómo explicarse las cosas de algún modo, correrse una broma, pensar que la vida es algo más que un pestañeo, un suspiro o que podemos inventarla a nuestro arbitrio. Si el destino fuera inequívoco todo estaría reducido a un ir y venir aburrido donde todo dependería de lo más indispensable. Es la nostalgia que deja la lluvia y cambia nuestro estado de ánimo o cuando el cielo se prepara a dormir en la noche más temible o esa justificación para continuar adelante, a pesar de todos los pesares e incertidumbres. En una historia existen muchos acontecimientos dispersos; por ello resulta curioso cuando se presiente que en el transcurso de las próximas horas, ellos tendrán que librar una batalla contra lo irremisible. Pronto, sucederá algo que altere el estado de cosas en esta ciudad: ese señor va a entrar al café y de reojo mira las piernas de la muchacha cuando va en pos de su pedido, pero sucede que el señor empieza a buscar por todas las direcciones y le parece horrible como la gente pasa sin reparar en él a pesar de que ya no le importa lo que piensen desde que creyó que era importante. Pero se impone frases que recuerda: es como si alguien me arrancara algo desde lo más profundo de mis entrañas y tardo en despertarme, fue lo que le dijo a María la última vez que la vio y supo que ella comenzaba a olvidarle. Y nunca más la vio. Es natural que las pantorrillas de la muchacha le atraigan; en esos músculos canela están sus fantasías y sueños frustrados. Se mueven ágiles yendo y viniendo de cada mesa a otra como si su intención fuera exhibirlas… Pudo haber sido un hombre de éxito si hubiera aprovechado la época en que brillaba su estrella. No podía haber esperado tanta suerte, a no ser porque hubo muchas meteduras de patas y el arribismo le nubló la cabeza. No sabe si ya le llegó la resignación como esa condena al alcohólico después de haber pasado los centros de recuperación, pero prevé que pronto le ocurrirá algo distinto y obrará con cautela, sin vanidad y prepotencia. Esta es una ciudad a la que muchos escritores le han dedicado su obra. Para mí es una ciudad que ha adquirido personalidad demasiado tarde y que no merece enzarzarla como lo hace el alcalde y sus concejales. Hay muchas imposturas, como si siempre hubiese la necesidad de una reconciliación.
En la otra mesa esta una señora que no pasa de los cincuenta, debe ser una viuda inconforme, sin embargo todavía se conserva; el pelo recogido en un moño, las cejas depiladas, los labios rojos le dan cierta elegancia clásica. Por los rasgos que nacen de su nariz, uno puede deducir fácilmente, que debe ser de esas personas a quienes nada les falta, y saben lo que quieren; le seduce la idea de que alguna vez la encuentren infraganti robándose algún objeto valioso de un almacén, o seduciendo con sus miradas a algún joven distraído con el cuerpo imaginado en sus madrugadas ansiosas. Quisiera ser una vulgar estafadora. Hay tardes como esta, que no puede aplacar su excitación y decide correr riesgos. Está aburrida de cuidar su reputación y quiere que algo inesperado le ocurra, que un caballero con antifaz entre en su corcel blanco y la secuestre llevándola a otra dimensión, o que algún audaz descubra su punto débil, o que un escritor le describa Quito como realmente es. La lluvia ya no volverá, solo el frío será intenso y el viento arrastrará la basura de las calles. La miro y ella sostiene mi mirada con atrevimiento, escrutándome hasta ver en mí alguna señal de turbación. Tiene los ojos verdes y la piel blanca. Sabe que nadie va a reparar en sus lentes de contacto. Un día luego de despertarse fue al baño y se miró en el espejo, y tuvo la sensación de que los años le habían caído encima y que cambiarse de color de ojos le iba a subir la autoestima, debo ser más metódica, dormir a mis horas, comer sin caer en la gula e ir dejando la carne hasta volverme vegetariana, y no dar rienda a mis malos pensamientos, pensó.
El hombre de la mesa de contigua es alto y flaco, debe ser un vendedor de enciclopedias al que le gustan los boleros y saca a pasear a su perro por las calles y parques de esta ciudad; visita a su madre los sábados en la tarde y su madrina todavía le da consejos los domingos preguntándole si sus medicinas las está tomando a tiempo. Nunca pudo romper su vínculo con las calles de esta ciudad que las conoce hasta el hastío, no podría vivir en ninguna otra a pesar del smog , el embotellamiento, los atropellos y la violencia; la ha visto alargarse, trepar los montes con desorden, abandonar sus hábitos conventuales y secretar sus jugos y excrementos. A pesar de todo, cree que aquí puede todavía encontrar de lo que necesita para ser feliz. Toma su tinto acostumbrado, mira a la gente apresurada “eres un viejo loco que chochea” le repite su mujer cuando le encuentra hablándole a los maceteros y al espejo y se ríe mostrando su dentadura donde le faltan unas piezas. Le acompaña una bolsa con pocas compras: dos moldes de pan, un matamoscas, una colonia, un insecticida para las macetas de su mujer, algún remedio infaltable. Desde luego su paquete de cigarrillos sin filtro que le ha dado a su dentadura una coloración amarillenta, y esa media de aguardiente que la lleva en su cantimplora que a escondidas se la bebe en el baño de su casa. Cuando era más joven, innumerables tardes se pasaba meditando cómo deshacerse de ella. En sus sentimientos soterrados se imaginaba cómo sería volver a ser soltero, volvería a vivir esa vida que alguna vez añoró. No sabe cuando se extravió en ese túnel sin salida, hasta que los años pasaron. Ella le acusaba de mediocre y amargado, de no ganar lo suficiente para tener una vida digna, y él de ser una desordenada y sucia. Que duro y que gratificante le resultó cerrar la última venta, justo cuando terminaba la semana y festejar con un tinto y un café en la Amazonas.
El primer hombre tiene cara de Antonio, la señora de Beatriz, el vendedor de Leonardo, y el otro de Marco. Con el paso del tiempo los rostros extrañamente se adecúan a los nombres, es la armonía entre rostro y nombre, he ahí la clave de la felicidad. Cada uno tiene sus ambiciones y desgracias, sus ritos y sus culpas. En algún momento develamos nuestros secretos y podredumbres, es en ese instante cuando develamos el rostro que nos merecemos.
A ellos no les importa el esfuerzo que debo hacer para darles existencia, para moldearlos de acuerdo a sus vicios y virtudes, para que queden grabados en sus rostros, como un rasgo inconfundible de personalidad. Reconstruyó sus vidas, a despecho de ellos. Todos somos adictos a algo cuando pasamos de los treinta, pero sobre todo, nos volvemos cínicos y violadores en potencia. Es el decurrir de las horas y la espera interminable. Puedo darme cuenta de que pata cojean, es como si tuvieran algo que esconder, que proteger dentro de un orden que parece lógico en un mundo anacrónico. Para olvidarse y creer que viven el presente bailan, comen, ríen, beben, como una manera de evadirse y torear a esta ciudad que atrapa y envicia. Muchos consiguen respetar el trato que la ciudad les impone, o sea tratan de vivir en armonía porque descubren que las formas se rompen al chocar con la realidad y el tiempo implacable consume todo lo deseado.
Nadie me conoce y cuando lo intentan me aparto de ellos. La “zona rosa” como lo llaman los jóvenes es un gran escaparate para exhibirse o encontrarse con alguien con quien pasar el rato o descubrir el amor de su vida, o beber hasta enloquecer, sin hablar de las putas. Puede ocurrir de todo, hasta crímenes o asaltos en segundos. En este viernes ellos desearon tener una experiencia que cambie sus vidas. Aunque sea un fugaz momento que quede grabado en sus mentes y recuerden la adrenalina que botaron. Por eso fantasean, se vuelven graciosos, agresivos, torpes. En el fondo se aprestan a vengarse de algo que siempre lo llevaron escondido, venganzas inútiles. Este día puede ser el más temible o el más feliz según la coherencia de sus argumentos. Los cambios de estilo sirven, ellos cambian a una velocidad espantosa cuando se ponen sus máscaras. Depende de la voluntad en su entrega, de los riesgos que quieran correr. Conciertan acuerdos, intercambian confidencias, planean rompen los cánones.
Algunos vienen solo por satisfacer su curiosidad, para saber si todo se especuló es cierto; otro creen que se trata de una moda a la que hay que seguirla. Inventan sus ídolos, otros, resignados a lo que pase, no les importa sus padecimientos, lo absorben como esponjas, quizá ya se han hecho al dolor. Debo parecerles ridículo por mis elucubraciones y acertijos –al comienzo es así-, pero sé que me necesitan para justificar su existencia y así echar a volar su imaginación. Luego todo fluye según la energía que le pongan a las cosas y sus intenciones. Les cuesta creer que sus vidas puedan estar tomadas por ese algo indescifrable que llevan dentro de su alma. Quieren saber el secreto impulso que les ha constreñido, por eso se agarran de la duda, de lo desconocido, del azar, de algún misterio o religión para salvarse, si es que el licor o las drogas no les han exterminado ya. Quizás antes era más fácil, eran otras épocas, había que creer y vivir solamente, no existía tanta información que confunde y ponía a los hombres a dudar entre ellos, creyendo que ese don de la inmortalidad cuestionado por Nietzsche que a propósito recuerda: la esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre.
Algo extraño debe sucederle a Marco, la desazón es parte de sus ojos inflamados, adopta la misma posición de siempre: ha puesto su cajetilla encima de la mesa y con los dedos empieza el tamborileo insistente, fuma uno tras otro, debe haber sido deportista en sus tiempo mozos, por la forma triangular de su rostro. Quizá estudiaba en alguna academia militar y lo expulsaron por armar camorra o rebelarse contra la autoridad. Ahora parece convaleciente de algún vicio contra el cual luchó denodadamente para salvarse, pero le ganó el envejecimiento prematuro, aunque sus funciones intelectuales parecen indemnes. Las canas las tiñe cada tres meses, pero ahora las tiene descuidadas, su mujer ya no lo incluye en la lista de compras semanales el tinte. Le deben suceder las cosas cada vez más lejanas. Allá, la ciudad de neón y fríos edificios conspira en esa aceleración de un motor, en los gritos de los vendedores ambulantes, en la entrada intempestiva de alguien que podría cambiar el panorama.
La mujer desearía perder la compostura, recompensar el tiempo perdido por culpa del amor abnegado y fiel. Hasta ahora no ha podido encontrar al hombre de su vida después de su único marido. Hace poco envió cartas a todas las revistas para que las publicaran en la sección de los que buscan pareja. Conoció fanfarrones y aprovechadores que solo querían su dinero, concluyó que las apariencias engañan. No sabe si volverá a enamorarse en ese sueño de querer encontrar ese algo distinto que hable de la posibilidad de otro mundo. Está recapacitando frente a su copa: la acaricia con una mirada coqueta, quisiera amar con pasión y desenfreno, mostrar su sensualidad olvidada, ser sometida por el hombre de sus sueños. Hoy no desea volver a su casa donde le esperan su hijo caprichoso y dictador que ha chocado los autos que le han regalado. Una hija que no quiso casarse por la iglesia y una perra que le raya la pintura de auto dando muestras de cariño y malacrianza.
El vendedor de enciclopedias tiene una extraña languidez, su larga nariz y sus ojos extraterrestres lo delatan. No sabe hasta cuando tolerará la cantaleta diaria de su mujer. Cuando recuerda que estuvo a un paso de envenenarla se llena de remordimientos y le colma de cariños y atenciones, pero sabe que miente y no sabe hasta cuando podrá soportarlo. Ha cumplido como padre, es abuelo de dos nietos a los cuales a criado como a hijos. Puede decirse que está satisfecho, su estirpe continuará. Ahora tiene el tiempo de sobra, puede ir donde quiera, tomarse su tinto acostumbrado con sus amigos en el Manolos, echar bromas con su lustrabotas de años, comprar su tabaco en la Plaza del Teatro. La pequeña joroba ya no le preocupa, pero teme la arterioesclerosis lo lleve a la inmovilidad total, por prescripción médica (y no por que le guste) camina a la deriva por esas calles metiéndose por las galerías y edificios viejos y nuevos buscando clientes para sus enciclopedias que merman por qué el uso del internet se generaliza, a la final, se consuela que diciéndose que siempre existirán los libros.
Un hombre apresurado acaba de sentarse y su respiración tarda en normalizarse a causa de su agitación, pide una limonada, bien puede llamarse Enrique o Eugenio. Retumban las campanas de Santa Teresita. Saluda a otro que enseguida viene a sentarse en su mesa. Conversan amigablemente los primeros minutos hasta se dan palmadas a la altura del hombro, pero al rato gesticulan con las manos como si a Enrique le reclamara por algún desplante o un negocio mal hecho, por alguna trampa premeditada, por alguna deslealtad o desaire, en fin, discuten por varios minutos. Después de un largo momento de silencio, de reproche mutuo, se llevan la mano a quijada, se rascan la cabeza, se desarrugan la cara, Eugenio le dice reiteradamente: ya verás, ya verás, y el otro se limita a mirarlo con desconfianza y le brinda un cigarrillo, Enrique le sonríe dándole una palmada en la espalda se miran socarronamente, como diciendo, dejémonos de cosas ya se arreglará ya lo verás, no es para tanto, déjate de joder.
En ese momento Beatriz, ávida por llamar la atención, deja caer una de sus pulseras, y observa que nadie se dispone a recogerla: le aterra pensar que no esté vestida inadecuadamente o que no se maquilló lo suficiente, o que sencillamente ya no es atractiva. Si no hubiera abierto el cajón del escritorio de su difunto marido no hubiera sabido de esas cartas que fueron encontrando entre la pila de papeles, ellas delataban que él había tenido otra mujer con quien pasaba entretenido el tiempo libre fuera de su casa. Ahora todo encajaba, sus sospechas habían sido ciertas, que tonta fue al ponerse esa venda que no le dejaba ver la verdad. Con los años creyó que lo había perdonado, pero cada vez que venía a su mente, su corazón se desboca y las ganas de venganza hervía su sangre. Por eso, no tendría escrúpulos en acostarse con el primero que se le cortejara y le gustara. Deseaba experimentar nuevas vivencias y aventuras ¿Qué sentido tenía haberse cuidado tanto? Esperar al hombre que siempre le mantenía sorprendida y le impresionara con sus buenos modales. Ella tan ingenua que creyó ciegamente que su amor era indestructible. La sensación de haber llevado una vida hipócrita la incomoda, le hervía la sangre, quisiera estrellar algo duro contra ese mar de copas exhibidas en el aparador. Que oportuno sería si Marco o Enrique cordialmente le ofrecieran un cigarrillo o le enviaran a su mesa una copa pagada por ellos, y al verse sorprendida, ella les devolvieran una sonrisa de aceptación. O que Antonio con esa cara ingenua tuviera la audacia del galanteo oportuno, un guiño decidor, una palabra, solamente una, para que ella se abandone en el mundanal viernes de un fin de mes cualquiera. Pero Marco escucha puertas que se cierran, autos que se encienden, el sonido del agua en sus oídos cuando despierta. También él tiene su historia a pesar de cree que la memoria esta hecha de olvidos y de trampas. Algún día quiso ser famoso e importante, pero aprendió que cada uno tiene su suerte y la de él fue como la de muchos que vienen a matar el tiempo en este bar, a olvidar sus dolores antiguos, sus secretos anhelos y conspiraciones.
Es cosa de abrir las compuertas de sus almas para ir elaborando la nomenclatura que encaje en esa espantosa constatación de la soledad y sus alrededores, eso lo sé, puedo ver su aura, la cita con la muerte, la forma en que esta ciudad tan grande como otras, les engulle con sus disfraces y de a poco les van volviendo anónimos, débiles, insufribles. Asumen citas inventadas, inflan su ego, se disponen a pelear con rivales gigantes hasta que la resignación y la metástasis llegan con los años y queda poco por hacer, por ello, cono una forma de resistencia, leen los libros de autoayuda y psicología personal que son de gran venta en las librerías, si es que las series de la tele nos les ha mermado las ganas de vivir.
A todos la vida nos ha deja cicatrices difíciles de curar, pero no hay modo de huir, aunque resulte pavoroso y repugnante seguir repitiéndoles aquello en que ellos han dejado de creer. A veces ni siquiera una fe a toda prueba ayuda. Esperan en esta monotonía un espacio para liberarnos de esa sombra que extiende sus tentáculos y no termina de atraparnos. Es la resignación que nos deja del otro lado de las cosas sin ningún argumento que nos salve. Antonio, por ejemplo, tuvo un empleo público en el que ganaba toda clase de bonificaciones, muchas de ellas le llegaban a su escritorio sin saber por qué motivo, entonces podía irse de vacaciones, reírse de la vida, nunca pensó que esto se le acabaría de la noche a la mañana, después de que el nuevo gobierno puso en capilla al sindicato de trabajadores. Ahora, frente a su coñac de todas las tardes, escarba en su conciencia y en el arrepentimiento por no haber ahorrado en época de vacas gordas como dicen los abuelos. Sabe que todas las vacantes de trabajo las encontrará copadas por los más jóvenes y por más experiencia que demuestre, le harán a un lado por su edad, pero en medio del dolor y la angustia, trata de conciliarse con el mundo para no volverse el típico viejo amargado de pulula en esta ciudad que los escritores se regodean en ellos.
A esta hora Beatriz debía haberse marchado, pero quiere llegar hasta las últimas consecuencias. Tener un resquicio de esperanza. Trata de convencerse de que esta experiencia puede darle luces para superar las carencias de su vida anterior. Marco no puede abstraerse, mira hacia la puerta esperando la entrada intempestiva de alguien. Desde esa vez en que lo esculcaron hasta el ano en busca de droga cuando llegó a París, no ha podido superar su lesión emocional. Recuerda cómo le rompían sin conmiseración todos los sourvenirs, escarbaron en su ropa, lo que llevaba puesto. Lo humillaron haciéndole toda clase de exámenes clínicos para descartar que no era una mula que transportaba droga y nadie hubiera creído que quién lo investigaba era un muchacho de jean y sonrisa cínica que no debía cumplir ni los veinte con cara de haberle alzado la mano a su padre y de potencial heroinómano. Al fin lo dejaron ir, desde entonces empezó a sentir que lo perseguían por todas partes.
Nadie podrá argumentar nada en su favor no podrán utilizar sus influencias. Las cartas están echadas. A esta altura el juego no tiene pasaje de regreso, si no exigiéramos tanto habría alguna consideración de indulto, este cuento podría terminar aquí y punto. Alguien decía que solo comprendemos lo que nos hiere y de la crueldad que somos capaces, pero reitero lo que dice el filósofo: lo que me preocupa nos es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podré creer en ti.
A ese par de tipos que se habían enojado repentinamente, se les ha subido el ánimo y pareciera que quisieran irse de juerga. Repentinamente muestran una extraordinaria vitalidad, eso es, para eso vienen aquí, para dejar de ser inservibles, para hacer un alto a sus angustias, para evadirse del tedio y la rutina de sus trabajos, para imaginar sus deseos más protervos. La fama de mujeriegos se les nota en la vehemencia de sus gestos, seguramente su apetito sexual y la necesidad de frecuentar burdeles se convirtió en un vicio junto a la afición a las fiestas y a la vida nocturna. Nunca aprendieron a hacer un pacto con sus ojos y siguen mirando como unos libidinosos cualquiera. Muchos aprenden a torearle al dolor, a conocer lo efímero que resulta sumar y restar sin ningún resultado. Pero hay gestos que pasan desapercibidos para los demás, pero yo soy un buceador de entrañas, un rasgador de costuras, un implacable perseguidor. Todos alguna vez hemos imaginado ser ladrones, asesinos, violadores. En nuestra mente hemos planificado la huida, la coartada. Cuántas veces hemos llorado a un ser querido muerto, pero en el fondo hemos deseado que mejor esta ahí, dentro de su tumba, para que no nos haga competencia. Cuantas veces la mujer de nuestro mejor amigo o hermano se ha insinuado y nosotros no hemos sido capaces de rechazarla. La tentación ha sido más fuerte que nuestros principios morales. Cuántas veces hemos sido infieles a nuestra pareja creyendo encontrar lo que falta en la otra que pudo, sencillamente, ser un complemento. Todo lo que se hace es por amor, se hace más allá del bien y del mal. Pero hay que conservar la imagen y defender la moral. Pero nada se puede hacer cuando nos dieron a probar lo prohibido y en eso yo me especializo.
Beatriz ha dejado su asiento y viene hasta la barra donde esta Antonio. Con una sonrisa seductora pide un gin en las rocas. Se mordisquea su pulgar sin darse cuenta. Me preocupo de que esté bien atendida hasta que llegue el momento. Él le habla diciéndole que el gin con agua tónica y hielo es lo mejor que hay en el mundo y ella le queda viendo infundiéndole ánimo para que continué. Al fin Marco decide entrar en esta parte del bar, tenso, pálido; pide que le sirva un cuba con bastante cocacola y antes de tenerlo en sus manos, con apremio mira nuevamente a la puerta. Con paso ligero va al baño. Permanece ahí. De vez en cuando se escucha tirar la cadena del excusado, quizá piensa quedarse un buen rato para despistar a su perseguidor. Un viento helado levanta la basura de la calle. Últimamente el frío se ha hecho más intenso en esta ciudad que deja de fingir y entra en su maratón nocturno, desnudándose en lo que es. La neblina pesada me recuerda al Londres temible donde algún destripador moderno anda suelto. Los jóvenes tienen en su rostro la diversión y no saben los que les espera. El campaneo de Santa Teresita anuncia a Leonardo, el vendedor de enciclopedias que debe marcharse, se pone su encauchado blanco. Los viernes siempre le parecieron peligrosos por las pandillas que bajan a determinada hora y sitian la ciudad. Se despide del mesero con una propina y se apresta a caminar por la Patria hasta que pase la hora pico y los túneles de San Juan se descongestionen. Pero olvida el paquete por el que tendrá que regresar a pedido de su mujer. Al poco rato Marco sale contrahecho y pregunta si alguien entró a averiguar por él. Le contesto que no que yo sepa y respira aliviado, pone los brazos sobre el mostrador y pide un escoses doble. Mira reiteradamente tras los cristales, como si le estuvieran esperando el momento preciso para que sus perseguidores con impecables trajes oscuros y sombreros de fieltro entren disparando sus metralletas como en las películas de gánsteres. Si supiera que a estas alturas me he erigido en el dueño como el dueño de la situación se calmaría. Yo también tengo el poder de Dios. Podría decirle que el curso de los acontecimientos se ha modificado y que tenga la modestia y la sencillez de los que se equivocan, pero es demasiado arrogante y perspicaz. Paga sin mirarme y trastabilla al golpear sus rodillas contra una silla y sale apresurado. Los dos fanfarrones se explayan conversando, ríen, beben como si tuvieran las billeteras repletas después de la estafa. Saludan a dos muchachas que detrás del vidrio les hacen señales diciéndoles que han llegado, luego se alejan los cuatro buscando los placeres de la noche.
Todo esta en su engranaje. Sobre mis espaldas hay acontecimientos espantosos, fechas atroces y esta noche a algunos me los voy a llevar a ese pago donde no se vuelve. Beatriz cree haber logrado algún avance. Me mira con la misma serenidad extravagante e inútil. Voltea a mirar a su alrededor y se queda de una sola pieza al darse cuenta de que estamos solos. Como si presintiera lo que vendrá después me escudriña, cabecea, ¿Por qué a mí…? Parece preguntarme con un grito mudo de angustia. Contrae su cara como en un espasmo de dolor y para hacerlo menos dramático, con lentitud de una ceremonia empiezo por preguntarle qué piensa hacer con la herencia de su marido.
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